Hola soy Eva.
Nací y he vivido en Apodaca, Nuevo León toda mi vida.
Aquí ha transcurrido mi historia y de ella quiero contarte algo que seguramente
te va interesar.
Pon atención...
Un buen día conocí al hombre del que me enamoré y con el que pensé estaría
hasta el último segundo de mi vida.
Viví a su lado lo que parecía un sueño. Era atento y buscaba darme detalles.
Dime tú si eso no enamora, ¿verdad que sí?
Cuando comenzamos a salir, todo el tiempo me buscaba y me llenaba de
halagos y piropos que me hacían sentirme única.
Los primeros meses de nuestra relación fueron muy lindos. Los detalles, el
tiempo que me dedicaba y el procurarme a que siempre estuviera bien.
Él trabajaba en un parque industrial cerca de casa de mis papás, entonces al
salir pasaba a visitarme. Se sentía muy contento con su trabajo y lo que hacía. Me decía que tal vez lo iban a ascender.
Mi familia es tradicional, de esas donde mis padres viven juntos, pero donde
honestamente crecí escuchando sus pleitos, gritos y demás situaciones que me
hacían entender que esa VIOLENCIA era normal para que ellos estuvieran ahí
para mi y mis hermanos.
Bien o mal, recordaba lo que mi mamá y amigas me decían: nos tienen que
amar por lo que somos, por el simple hecho de ser mujeres.
Pero nadie nunca nos dice que nos deben de amar o respetar por ser tú,
precisamente tú, en mi caso Eva, en tu caso, Lupita, Sara, Mary o tú que ahora
lees esto.
Entendí que el amor en las relaciones siempre lleva un poco de conflicto por lo
que viví en mi casa; eso pensaba... la realidad es que si lo piensas bien y
ponme mucha atención: EL AMOR en las parejas no tiene porque tener nunca
conflictos. Puede existir diálogo, consenso o negociaciones, pero siempre
pacíficas por el bien de los dos.
Lo que comenzó como cuento de hadas se convirtió en una pesadilla y duró el
tiempo suficiente para entender al final que había perdido el control de mi vida,
que me fue encerrando en algo que después supe que se llama EL CÍRCULO
DE LA VIOLENCIA.
Te sigo contando...
Un día todo comenzó a cambiar. Primero, y lo recuerdo muy bien, empezó con
BROMAS.
De un día para otro, su sentido del humor, que al principio era muy sano,
comenzó a enfocarse en mí y hacer chistes acerca de mi cuerpo.
La verdad, lo sentía como cariño y un detalle más de su atención, pero de
pronto, el tono fue subiendo. Del "mi amor", a "mi gordita", a "gorda" a “bofa”.
Como estaba muy enamorada, me callé y me entregué y todo lo que podía dar
de mí lo di. ¿Así es el amor, no?
Otro día al terminar de comer, se me quedó viendo a los ojos y pensé, ¿y ahora
qué le picó?
Era una mirada retadora. Lo miré yo también como para preguntar qué estaba
pasando y me dijo: ¿Con quién tanto hablas en el celular?
Yo no entendí el comentario y que quedé callada, luego él se paró y se fue. Lo
sentí molesto, pero la verdad no tenía idea de porqué.
Los días siguientes fue el mismo comportamiento. Lo sentía muy malhumorado y
seguía con lo del celular. Para no aburrirte, te cuento que terminó diciéndome
que si lo amaba tenía que darle mi contraseña, para sentirse tranquilo.
¡Imagínate!, la contraseña del teléfono.
El que nada debe, nada teme, me dijo cuando tontamente accedí a darle mi
clave del celular. ¿a ti te ha pasado?, ¿qué hiciste, qué le respondiste?
En ese momento no lo vi mal porque mi argumento es "lo amo" y estas son las
pruebas de la fortaleza de nuestra relación.
Error. Error. Error.
Entró a mi feis y a la whats y pues no había nada más que memes, cadenas de
oración, chistes que nada más entendemos las mujeres y uno que otro chisme.
Con el tiempo nos establecimos como pareja. ¿Qué es eso Eva?, ¿Quieres decir
que te casaste? No.
Simplemente quiero decir que tomamos el compromiso de ser una pareja y vivir
en la misma casa. Si me casé o no, es algo que no importa cuando de
VIOLENCIA se trata.
Puedes tener una relación de pareja como novios, amigos o casada, pero lo que
sucede cuando la violencia aparece no es necesario un papel o una promesa.
Pasaron un par de meses y un día llegó con la nueva "orden" de que no podía
usar el teléfono sino estaba él enfrente. No quería malos entendidos ni dudas,
pero decía que me notaba sospechosa cuando el trabajaba.
No le veía problema en ceder en esas cosas que para mí no tenían otro valor
que darle su lugar y demostrarle mi ¿amor? o debería decir: mi miedo...
A partir de eso comenzó a prohibirme cosas y a controlarme de una forma más
intensa. De pronto llegaba a la casa y me arrebata el celular, ah, y me prohibió
cambiar la contraseña, porque sino, lo iba a conocer.
Y eso me lo dijo con su mirada enfurecida y las venas de su frente resaltadas.
Ahí comencé a asustarme, a tener miedo, a pensar que tal vez él no era todo lo
que me había demostrado antes.
Luego todas esas locuras que te cuento desaparecían, y entrábamos en una
LUNA DE MIEL y todo era bonito y no había pleitos, gritos ni dudas hasta que...
sí: volvió a suceder.
Llegó un día muy noche. Me quedé esperándolo con la cena y pues decidí
acostarme. Prendí la tele en lo que llegaba para ver si quería cenar. A eso de la
una de la mañana llegó. Me paré a recibirlo y tenía esa mirada enfurecida, ¿la
recuerdas?
No sabía qué hacer. Me regresé al cuarto porque se veía que estaba borracho y
la verdad no recuerdo una escena así. Cuando empezamos, salíamos a fiestas y
se tomaba sus cervezas pero pues yo tenía que llegar temprano a la casa, así
que tal vez nunca se dio la oportunidad de verlo borracho a esas horas.
Me armé de valor, porque eso es lo que uno debe de hacer para mantener su
familia unida. ¿Te caliento la cena?, le dije. Él me miró y respondió: ¿qué cena?,
¿no hay cervezas? Me quedé muda.
Yo no tomo ni fumo. Así que no sabía qué decir. Volvió a hablar: te quedó dinero
de lo que te di, me dijo.
Traía doscientos pesos en la bolsa para un abono de los muebles.
Traigo doscientos, le dije.
Dámelos, contestó. Los arrebató y se salió. Regresó con más cervezas y se
puso a escuchar música en la sala. La cena se quedó en la mesa y él tirado en
la sala hasta el otro día. No lo quise molestar para que descansara, pero su
actitud era otra, él era otra persona, sin detalles ni consideraciones.
Por la mañana escuché el ruido de un plato quebrarse. Abrí los ojos y salí. No sé
si seguía borracho o qué pasaba. Pero volvió el miedo. Me fui a recoger los
vidrios y a prepararle un café porque tenía que irse a trabajar.
Le pregunté si estaba bien, si había algún problema, pero no entendí nada de lo
que dijo. Se metió a bañar y salió tarde a trabajar. Regresó como si nada y otra
vez la vida tomaba su curso normal.
Con eso te digo que lo normal era que seguía teniendo mi clave del celular, de
repente me decía cosas de mi físico, de repente llegaba tomado y tiraba cosas y
luego también me reclamaba que yo le quitaba el dinero cuando el tomaba
porque nunca le quedaba nada en la cartera.
Por no discutir ni hacerlo que se enojara, me quedaba callada. Además, siempre
buscaba como ayudar con los gastos de la casa. Vendía cosas por catálogo y
con esos dineros apoyaba para los servicios o la despensa.
A los meses lo despidieron de la fábrica. Me dijo que su jefe lo traía entre ceja y
ceja y que le caía mal porque era muy bueno. En lo que encontraba trabajo,
estuvo una temporada en la casa, llenando solicitudes y llamando a fábricas
para saber si ocupaban técnicos, que era el puesto que desempeñaba.
¿Hace cuanto que ya no les hablo del amor?
Pues sí, eso se fue diluyendo con las discusiones que teníamos todos los días.
Cuando teníamos intimidad, me maltrataba y no disfrutaba para nada el darnos ese amor.
Me sentía como un trapo porque ya no había ni palabras de cariño ni
atenciones, sólo violencia. ¿Ya te aburrí? Espero que no porque ahí viene lo
bueno...
Un día amanecí en la clínica. Sí, en la clínica. De buenas a primeras, pidiéndole
dinero para comprar leche y huevos, me dio un puñetazo en el estómago y otro
en la cara. Caí desmayada.
Sí. Así como lo escuchas e imaginas. No supe de mí hasta que desperté
entrando a la clínica que está a unas cuadras de la casa.
Al primero que vi fue a él y se me acercó y me dijo: "no digas que fui yo", te amo
Eva y sujetó mi mano.
Me atendieron y pues sí, acepto que MENTÍ cuando me preguntaron cómo me
había hecho esas heridas. Les dije que me resbalé.
No quería afectarlo y muy en el fondo pensé que había sido una casualidad, que
no volvería a pasar. Todos cometemos errores y lo sigo amando porque lucha
porque estemos juntos sin importar que me diga lo que me diga ni que a veces
se enoje.
Error. Error. Error...
Mis visitas al hospital fueron frecuentes los meses siguientes. Luego de los
golpes venían las disculpas. Me convencía yo de que cada disculpa era la
última.
Pero así no es. Una vez que sucede, es abrir la puerta a que la violencia nunca
te abandone.
Un día que estaba sola en la casa, me llené de miedo al saber que estaba muy
tomado y venía en camino, que lo habían despedido de su nuevo trabajo porque
se peleo con el supervisor. Me amenazó y culpó de su despido, que era yo la
culpable, que por mi culpa no podía tener trabajo porque todo el tiempo le
estaba pidiendo cosas y que no anduviera de borracho, si el podía hacer lo que
quisiera y cuando quisiera.
Todo eso me lo dijo por el whats.
¿Qué me esperaría esa noche? No lo sabré pero sentí que podía ser la última.
Me fui a casa de mis padres, les conté todo y me apoyaron.
¿Por qué lo permitiste?, me preguntaron.
Por amor, fue lo que pensé, pero no se los dije, sólo lloré horas y horas.
Él me buscó y prometió que cambiaría, pero en realidad ¿tu crees que una
persona que te violenta y atenta contra tu vida va cambiar? Me llené de valor y
de amor por mí y me alejé de esa persona y de toda la violencia que producía en
mi entorno. Es que me amas, yo lo sé, me decía. Sí, pero ahora me amo a mí y
con eso me basta...
Esta es la historia que la Historia no cuenta de miles de mujeres que por miedo a
perder la dignidad, el apoyo económico o su supuesto amor a la pareja soportan
y son víctimas de la VIOLENCIA DE GÉNERO.
La violencia es una enfermedad silenciosa que habita entre las paredes de
cualquier casa.
Cuando mis familiares se enteraron de mi situación, me recomendaron ir a la
Dirección General de la Mujer de Apodaca a pedir apoyo y atención.
Ahí terminó el miedo y acabó el sufrimiento y empecé a sanar lentamente.
Ahora mi historia es parte de la Historia de los testimonios de mujeres que
tuvimos la oportunidad de salir del infierno en el que se convirtió el amor que
sentía por el hombre que supuestamente amaba, pero ¿y el amor por mí, dónde
lo había dejado?
Este es mi testimonio, es una verdad que tengo que aceptar. Me incomodaba
mucho compartirlo porque entonces ¿qué tipo de mujer soy?
Pero todo eso ya quedó atrás. Hoy te comparto esto con todo el amor que me
tengo a mí misma.
Te dejo estas preguntas para que las respondas con mucha sinceridad, tal vez
es momento de que tomes decisiones por tu seguridad y la de tu familia. La
violencia contra la mujer no es un juego, porque con nuestras vidas no se juega.